Falta
aproximadamente una hora para el comienzo del evento. Un guitarrista charla con
el sonidista mientras la novia del primero descansa apoyada contra la pared con
un porrón, una grafitera interviene la pared, un escritor llega de la
presentación de su libro con ganas de contarlo; el noventa y nueve por ciento
del resto de los asistentes también son escritores, músicos, cineastas,
artístas plásticos. Los choris del coli todavía están crudos pero las tripas me
hacen ruido; pido permiso para abandonar
la barra y salgo a la calle buscando algo de comer.
Unión
acaba de ascender por séptima vez en su historia ganando cinco partidos al
hilo, el año que viene posiblemente descienda pero ahora no importa. El evento
artístico del que salgo se hace en barranquita, uno de los pocos barrios
carenciados de Santa Fe con mayoría tatengue. Al llegar a la López y Planes
parece que estuviera en la franja de Gaza: girones de humo, banderas
deshilachadas, olor a pólvora, basura desparramada, explosiones a lo lejos. Cruzando
la avenida veo en la vereda de enfrente un pizarrón escrito con una lista que
parece de roticería; efectivamente es un pequeño negocio de comidas sin otra
publicidad. Cuando me asomo al mostrador no veo nadie, de inmediato dándome
vuelta veo que una parejita que estaba sentada en la vereda se acerca para
atender. El muchacho se disculpa explicando que adentro estaba bastante
caluroso; la suculenta amburguesa sale en cinco minutos y la pareja vuelve a
sus sillones en la amplia vereda de López y Planes para seguir conversando. Camino
veinte metros hasta una plazoleta sosteniendo los panes con una servilleta; me
siento en el extremo de una tabla de madera que se columpia.
Para
ser considerado “artista” en Santa Fe hay que ser amigo de un grupo que incluye
un poeta homosexual que tiene problemas con la cocaína, una banda de rock indie
que sonríe de manera especial, un artista plástico cuarentón con influencias
del pop-art, un fotógrafo que descubrió la miseria viajando de mochilero al chaco
y un par de chicas de la escuela de arte que sueñan con aparecer en un video de
babasónicos. La mayoría de ellos están más orgullosos de sus amigos artístas
que de su arte; en eso tienen razón.
La
noche está encantadora. En la plazoleta otra pareja joven se sienta en un banco
de madera acompañados por tres niños que
juegan alrededor. Una de las niñas empuja al muchacho y este la corre hasta el
tobogán levantando arena con las zapatillas. Su pareja prefiere quedarse en el
banco, tiene unas calzas rojas muy ajustadas.
Miguel
Angel Monino, el único artísta que conozco en Santa Fe, nunca podría ser parte
de ese grupo de amigos: De religión evangélica, aparato, comprador de camisas Kevinstóng, adicto
a la tintura capilar, fanático de Jairo. Miguel fue el primer ceramista
argentino que fundió pastas de diversos colores. Cada color de pasta tiene una
temperatura de diferente; para fundirlas Miguel tuvo que realizar antes
infinidad de cálculos matemáticos, sus méritos son más técnicos que creativos. Como
buen evangélico conservador Miguel se casó virgen antes de los veinticinco y se
fue de luna de miel a Cancún durante veinte días. Esos fueron los veinte días
realmente felices de su vida. Semanas después de regresar a Santa Fe su esposa
empezó a tener nauseas y vómitos. Si bien al principio pensaron que estaba
embarazada al realizarle estudios detectaron un tumor cerebral. Ella murió recién
veinticinco años después; mediante un par de operaciones quirúrgicas y cientos
de sesiones de quimioterapia los
oncólogos lograron varias veces reducir el tumor hasta volverlo una
microscópica pelotita negra; nunca sin embargo pudieron eliminarlo del todo.
Durante veinticinco años, aparte de ser
el esposo más fiel y cariñoso del mundo Miguel Ángel realizó mediante infinidad
de pruebas de ensayo y error su obra escultórica en cerámica
Con pocas ganas de volver a la fiesta
sigo mirando lo que pasa en la plazoleta. Los juegos siguen, el flaco cae al suelo y la niña le empieza a pegar con
una ramita en las piernas. Hoy Miguel Ángel, a los sesenta años tiene tres
novias: Una en Córdoba, otra en Buenos Aires y otra en Santa. Eso no es todo,
el gobierno de la nación le entregó una pensión vitalicia por su obra que le
permite viajar al exterior de vez en cuando y vivir cómodamente. Cualquiera de
los artistas que me esperan en la fiesta envidiarían esa pensión.
Me levanto al final de la plazoleta para
volver a mi puesto en la barra. La avenida ahora está silenciosa; como si fuera
la estela de un cometa no quedan más que miles de papelitos rojos y blancos que
van y vienen por el viento. Caminando por la vereda de enfrente veo venir otra
chica, tiene unas calzas apretadas como piedra y una camiseta de unión arriba, simplemente
es perfecta. Pasa un flaco en moto y la saluda, media cuadra adelante detiene
la zanela. Con un trotecito corto la chica y lo alcanza subiéndose en el
asiento de atrás. Por las callecitas estrechas y precarias de barranquita se
van juntos hacia lo profundo de la villa.