viernes, 31 de julio de 2015

El séptimo ascenso de unión



Falta aproximadamente una hora para el comienzo del evento. Un guitarrista charla con el sonidista mientras la novia del primero descansa apoyada contra la pared con un porrón, una grafitera interviene la pared, un escritor llega de la presentación de su libro con ganas de contarlo; el noventa y nueve por ciento del resto de los asistentes también son escritores, músicos, cineastas, artístas plásticos. Los choris del coli todavía están crudos pero las tripas me hacen ruido; pido permiso  para abandonar la barra y salgo a la calle buscando algo de comer.
Unión acaba de ascender por séptima vez en su historia ganando cinco partidos al hilo, el año que viene posiblemente descienda pero ahora no importa. El evento artístico del que salgo se hace en barranquita, uno de los pocos barrios carenciados de Santa Fe con mayoría tatengue. Al llegar a la López y Planes parece que estuviera en la franja de Gaza: girones de humo, banderas deshilachadas, olor a pólvora, basura desparramada, explosiones a lo lejos. Cruzando la avenida veo en la vereda de enfrente un pizarrón escrito con una lista que parece de roticería; efectivamente es un pequeño negocio de comidas sin otra publicidad. Cuando me asomo al mostrador no veo nadie, de inmediato dándome vuelta veo que una parejita que estaba sentada en la vereda se acerca para atender. El muchacho se disculpa explicando que adentro estaba bastante caluroso; la suculenta amburguesa sale en cinco minutos y la pareja vuelve a sus sillones en la amplia vereda de López y Planes para seguir conversando. Camino veinte metros hasta una plazoleta sosteniendo los panes con una servilleta; me siento en el extremo de una tabla de madera que se columpia.
Para ser considerado “artista” en Santa Fe hay que ser amigo de un grupo que incluye un poeta homosexual que tiene problemas con la cocaína, una banda de rock indie que sonríe de manera especial, un artista plástico cuarentón con influencias del pop-art, un fotógrafo que descubrió la miseria viajando de mochilero al chaco y un par de chicas de la escuela de arte que sueñan con aparecer en un video de babasónicos. La mayoría de ellos están más orgullosos de sus amigos artístas que de su arte; en eso tienen razón.
La noche está encantadora. En la plazoleta otra pareja joven se sienta en un banco de madera acompañados por  tres niños que juegan alrededor. Una de las niñas empuja al muchacho y este la corre hasta el tobogán levantando arena con las zapatillas. Su pareja prefiere quedarse en el banco, tiene unas calzas rojas muy ajustadas.
Miguel Angel Monino, el único artísta que conozco en Santa Fe, nunca podría ser parte de ese grupo de amigos: De religión evangélica,  aparato, comprador de camisas Kevinstóng, adicto a la tintura capilar, fanático de Jairo. Miguel fue el primer ceramista argentino que fundió pastas de diversos colores. Cada color de pasta tiene una temperatura de diferente; para fundirlas Miguel tuvo que realizar antes infinidad de cálculos matemáticos, sus méritos son más técnicos que creativos. Como buen evangélico conservador Miguel se casó virgen antes de los veinticinco y se fue de luna de miel a Cancún durante veinte días. Esos fueron los veinte días realmente felices de su vida. Semanas después de regresar a Santa Fe su esposa empezó a tener nauseas y vómitos. Si bien al principio pensaron que estaba embarazada al realizarle estudios detectaron un tumor cerebral. Ella murió recién veinticinco años después; mediante un par de operaciones quirúrgicas y cientos de sesiones de  quimioterapia los oncólogos lograron varias veces reducir el tumor hasta volverlo una microscópica pelotita negra; nunca sin embargo pudieron eliminarlo del todo. Durante  veinticinco años, aparte de ser el esposo más fiel y cariñoso del mundo Miguel Ángel realizó mediante infinidad de pruebas de ensayo y error su obra escultórica en cerámica
Con pocas ganas de volver a la fiesta sigo mirando lo que pasa en la plazoleta. Los juegos siguen, el flaco  cae al suelo y la niña le empieza a pegar con una ramita en las piernas. Hoy Miguel Ángel, a los sesenta años tiene tres novias: Una en Córdoba, otra en Buenos Aires y otra en Santa. Eso no es todo, el gobierno de la nación le entregó una pensión vitalicia por su obra que le permite viajar al exterior de vez en cuando y vivir cómodamente. Cualquiera de los artistas que me esperan en la fiesta envidiarían esa pensión.
Me levanto al final de la plazoleta para volver a mi puesto en la barra. La avenida ahora está silenciosa; como si fuera la estela de un cometa no quedan más que miles de papelitos rojos y blancos que van y vienen por el viento. Caminando por la vereda de enfrente veo venir otra chica, tiene unas calzas apretadas como piedra y una camiseta de unión arriba, simplemente es perfecta. Pasa un flaco en moto y la saluda, media cuadra adelante detiene la zanela. Con un trotecito corto la chica y lo alcanza subiéndose en el asiento de atrás. Por las callecitas estrechas y precarias de barranquita se van juntos hacia lo profundo de la villa.


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